Estoy muy contenta

Se acerca la navidad y las entregas siempre están impregnadas de la urgencia y el desasosiego habituales. Hace ya varias semanas que la Sra. A tiene su nuevo sofá. Ha tardado en llegar más de la cuenta y hemos hablado varias veces por teléfono, ella reclamándolo y yo pidiéndole la paciencia que inevitablemente debemos desarrollar hasta que el pedido llegue de fábrica. Es una situación común pero siempre tensa. Cuando finalmente llega el sofá de fábrica, necesito retrasar unos pocos días la entrega por temas de organización interna, disponibilidad de personal de montaje, la logística habitual… Todos intentamos organizar la vida, tanto la personal como la profesional, a nuestra conveniencia. Pero la Sra. A aprieta como una mala cosa, detecta al segundo el más mínimo resquicio en mis palabras e intuye que podría hacer más adelantar su ansiada entrega a costa de perjudicarme yo misma, de presionar, de pedir favores que nunca quieres pedir si no es imprescindible. Me acorrala con su lógica implacable, aprovecha y exprime al máximo mi capacidad de negociación hasta el punto que pienso: «siendo mujer y me recuerda a mi padre, ese carácter fuerte, clarividente, insobornable, esa defensa al ultranza de la lógica más elemental». Esta es una historia que termina bien, como la mayoría, pero me ha llevado al límite de mi ya desarrollado temple y me ha removido como pocos, quizás por lo que me remueve en los sentimientos.
Llaman al timbre de la tienda, una reliquia de los tiempos de la pandemia que mi familia me insta a mantener, y salgo a abrir. Aparece la Sra. A con una ponsetia preciosa, la planta de la navidad. Me la tiende y me dice: «vengo a decirte que estoy muy contenta con todo, se que tengo un carácter espeso, pero estoy muy contenta».

Sarmientos viajeros

Estoy sentada en una sillita de mimbre que tiene más historias que contar que yo, rodeada de tomates de colgar en un garaje habitado por un coche que no volverá a rodar. Aun no se que hoy venderé mi primer scooter eléctrico de los buenos, ni que la esposa del señor J. ya no estará en mis siguientes visitas. A lo largo de varios años volveré para cambiar baterías, llevarlo a fábrica para reparaciones… Tampoco sé aún que mi acompañante de vuelta a casa será una col del huerto ni los miles de viajes que dará el scooter cargado de sarmientos para quemar.

Tampoco sé que dentro de unos años dejaré de vender scooters para especializarme en sistemas de descanso, ni que echaré tanto de menos al rey de San Martí Sarroca y su inmensa bondad.

El escote misterioso

Mi verdadera clienta es la Sra. V., una buena persona con la siempre que tengo oportunidad me gusta conversar de lo divino y lo humano. No obstante la que quedó incrustada en mi alma es su madre, una encantadora viuda luchadora como pocas. Estando de novia su prometido le trajo, en un permiso de la mili, una preciosa tela para hacerse un vestido estampado, con el que consiguió resplandecer en la fiesta mayor del pueblo. Cuando lo tuvo cosido y colgado en la pared con su percha de caña, una noche a escondidas le bajó un poco el escote. De esta forma el día del estreno su madre extrañada le decía ay…hija…que escotado ha quedado este vestido, no parecía que tenía que quedar así.

La reina del baile de Valls

Mesfacil ha echado raíces y se ha focalizado en el descanso, pero tuvo unos inicios itinerantes por varias comarcas catalanas repartiendo movilidad y recogiendo vida y experiencias. El Sr. F. me pidió una silla eléctrica para pasear por el barrio cuando aún estaba ingresado y había perdido sus piernas. Cuando fui a entregarla comprobé asombrada como su voluntad octogenaria superaba ocho escalones para acceder a la puerta de casa y probar su nueva silla. No obstante, en aquel hogar me esperaban más maravillas. Su madrina, con 96 años a sus espaldas, se movía como una liebre haciendo las camas y ordenando la casa. Me asombró tanto su piel tersa y su belleza que cometí la indiscreción de comentarle que en su juventud debió ser un prodigio de mujer. Entonces se paró y me miró un segundo con sus preciosos ojos azules, que enseguida se desviaron hacia un pasado invisible para mi. Pues la verdad –me dijo- es que cuando entraba en el baile se hacía el silencio.

Medidas especiales y amores imposibles

Dicen que la convivencia es difícil, aunque para las muy octogenarias hermanas M. y P. nunca lo ha sido. Viven juntas desde que nacieron y viéndolas tengo la sensación de que casi son un solo ser. Hoy descubro con pesar que la hermana mayor murió hace pocos meses y por lo tanto ya no son tres. Yo a la mayor solo la vi una vez cuando fui a llevarles a casa una silla de ducha. Ese día me impresionó mucho su historia y el cariño con el que recordaban a sus padres, fallecidos hace tanto tiempo, cuando dejaron de ser cinco.

En realidad, siempre vivieron juntas por que ninguna se casó. Ser hijas de guardia civil en aquella época marcaba mucho. La mediana me confiesa que con aquel chico del maresme sí que se hubiera casado… aquel sí que le gustaba… Pero la familia de él era de izquierdas y claro, aquello fue un amor más en la inmensidad del universo de los amores imposibles.

Los nuevos colchones que entregamos en pocos días tienen unas medidas tan imposibles como sus amores, dudo que vuelva a vender nunca otros colchones tan imposibles. Mis colchones deben adecuarse a camas del pasado, de un pasado tan lejano que casi parece que nunca existió. La fractura social que les impidió relacionarse normalmente con los muchachos de su edad no pudo sino unirlas más. Son tan buenas y se quieren tanto que se instalan irremediablemente en mi catálogo de clientas inolvidables que me acompañan sin remedio en mi quehacer cotidiano.

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