Estoy sentada en una sillita de mimbre que tiene más historias que contar que yo, rodeada de tomates de colgar en un garaje habitado por un coche que no volverá a rodar. Aun no se que hoy venderé mi primer scooter eléctrico de los buenos, ni que la esposa del señor J. ya no estará en mis siguientes visitas. A lo largo de varios años volveré para cambiar baterías, llevarlo a fábrica para reparaciones… Tampoco sé aún que mi acompañante de vuelta a casa será una col del huerto ni los miles de viajes que dará el scooter cargado de sarmientos para quemar.
Tampoco sé que dentro de unos años dejaré de vender scooters para especializarme en sistemas de descanso, ni que echaré tanto de menos al rey de San Martí Sarroca y su inmensa bondad.